«Con este diseño lograré el triunfo. El papel del grosor adecuado, el bueno, el que utilizamos para mandar las cartas a casa. Dos centímetros del extremo al primer pliegue, cuatro desde el segundo al eje central. La punta estrecha y ligeramente inclinada hacia abajo», me digo entusiasmado mientras doblo meticulosamente la cuartilla. La última vez no estuve a la altura y el cabrón de Jorge se llevó la victoria. Lleva meses restregándomelo por la cara. No tiene bastante con robarme el almuerzo, pegarme notitas en la espalda o ponerme la zancadilla en los pasillos mientras sus colegas le vitorean. Matías el gafotas vigila la puerta del comedor. En la mano derecha sostiene la bandeja de metal. Si la deja caer al suelo “pies para que os quiero”. La última vez que nos pilló el padre Damián nos costó limpiar los retretes y dos semanas sin visitas. Lo sostengo con la punta de los dedos índice y pulgar, con suavidad, lo justo para lograr la mínima fricción. Elevo el brazo suavemente, a la altura de mi cabeza. Tenso el brazo y lo desplazo hacia atrás levantando el codo, buscando el impulso justo. Lo he ensayado cientos de veces. El público haciendo pasillo a ambos lados, corea mi nombre mientras el ritmo del aplauso se acelera. A mi derecha, Gutiérrez con su bragueta perpetuamente abierta levanta el pulgar dándome ánimos. A mi izquierda, Moratalla alza las cejas y me enseña el dedo de la palabrota intentando desanimarme. Separo las piernas a la altura de los hombros y las flexiono ligeramente. Visualizo la línea que marca el récord, justo al lado del pie de Peláez. Treinta pasos me separan de la gloria...Al fondo María, la dueña de este corazón atolondrado, aprieta contra el pecho la carpeta forrada con la foto de Brad Pitt ¿Qué tendrá ese tío? No es un perdedor. Es preciosa. Huele a jabón y a chicle de fresa. La miro. Se sonroja. Su mirada resbala hacia el suelo. El viernes regresará a casa. No sé si volveré a verla. A su padre lo trasladan a Cádiz. Sé que le gusto. Cierro los ojos y trago saliva. Noto los pies fríos, el corazón en la garganta y los dedos húmedos. Una gota de sudor se desliza desde el cuello. Matías me da la señal de vía libre. Inspiro y exhalo tembloroso un aire tibio que ayuda al despegue. Vuela suave, se suspende en el aire, liviano y decidido. Supera el pie de Martínez, la marca de los diez pasos, que trata de derribarlo con la mirada. Desciende, y pasa rozando la rodilla de Celia, la señal de los veinte pasos… Cruzo los dedos, aprieto los ojos y escucho un unánime “oooohhh” ¡Milagro! Vuelve a ascender y pasa por delante de la mirada incrédula de Jorge que chasquea la lengua y escupe un sonoro “jodeeer”. Después, un silencio hueco y el éxtasis…Ella lo recoge de sus pies y se sonríe al descubrir su nombre escrito en las alas. Esta vez, ese beso será para mí…