14 de febrero

Hace un par de días se celebraba San Valentín. Me pregunto porqué no se celebra San Lexatin, ese maravilloso santo que sostiene, sin atribuirse ningún mérito, a base de aliviar la tensión psíquica (lo que viene a ser un ¨a mi plim¨, coloquialmente), incontables matrimonios. El catorce de febrero optamos por venerar a un personaje de ficción cuyo único cometido es el de hacer match en las parejas a golpe de arma blanca, porque no nos engañemos, nada tiene que ver ese angelote murillesco armado de arco y flecha con el decapitado Valentín de Roma. Y lo hace así, sin preguntar si uno tiene ganas de enamorarse o no, te apunta y santas pascuas. Lo correcto, digo yo, sería preguntar al menos. «¿Le viene bien a usted enamorarse? Pues mira no, me pillas ahora poniendo el lavaplatos». Pero no es así, el muy cabrón es inoportuno y perpetra atracos a mano armada impunemente. 

 

Y el asunto es el siguiente, una vez inoculada la agridulce droga— que debe ser como mínimo ácido lisérgico— uno está perdido. Y superado el periodo de convalecencia amorosa— que oscila entre una noche y seis meses a lo sumo— fiebre y alucinaciones visuales y auditivas incluidas, cuando los sentidos vuelven a ponerse en guardia e incluso, en algunos caso recuperamos parte del raciocinio, toca lidiar con las secuelas, con los desencuentros y con el pánico de que tu media naranja, insatisfecha con el sabor del fruto, acabe por exprimirte.

 

Un amigo abogado muy perspicaz sostiene una hipótesis nada descabellada. Tiene serias sospechas que el tal Valentín es en realidad un letrado matrimonialista venido a menos. «Un negocio redondo, amigo», sentencia. Asegura incluso haberlo identificado en algún que otro juzgado divorciando a parejas a las que previamente había herido con uno de esos dardos de saldo con fecha de caducidad. Me lo imagino apostado tras un seto, como un pervertido, con su gabardina y sus alitas, esperando su momento, mientras carga en la mochila con su Código Civil y su atuendo de letrado respetable. Y es que, en mi opinión, esto de las relaciones de pareja no debería tener nada de alucinatorio. Mejor quitarse la careta cuanto antes y mostrar las miserias más íntimas en pelotas al ritmo de “La fiesta terminó¨ y ahí volverse a enamorar o no de esa señora que nos mira estupefacta preguntándose dónde leches se ha metido su Paco o su Pepe o su Merche. Ser honesto y confesar que, en efecto, raras veces subes la taza del retrete y olvidas tirar de la cadena, muy de vez en cuando, y de paso comunicar, en voz baja, que ella también ¨respira fuerte” por las noches, muy de vez en cuando. Y eso también tiene algo de eso que llaman amor, creo yo. Y así, en esa dulce rutina, algunos llevamos la friolera de dos décadas. Escribo esto mientras retiro el envoltorio a mi regalo de San Valentín. Una novela magnífica y una caja de Lexatin, de veinticuatro.

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