Siempre que acudo al dentista me asalta la duda de si volveré con todas mis piezas dentales o con un cráter en mi cavidad bucal y en mi cuenta corriente. Ayer, sin embargo, sucedió algo extraño. Desperté de la anestesia con este rostro observándome detenidamente, escrutando mi cara de perplejidad. Movía lo que parecía ser su cabeza ligeramente y pestañeaba emitiendo unos destellos de luz cegadores. Supuse que, sin duda alguna, había sido abducido en esa supuesta clínica dental y estaba siendo víctima, en ese mismo instante, de un interrogatorio a cargo de un ser alienígena. Se trataba, esta vez, de una especie de mantis religiosa mecánica que mostraba, en apariencia, una sincera preocupación por mi estado psíquico. He de reconocer que me extrañó que manejara con semejante soltura nuestra lengua. Deduje que la habría aprendido de otros individuos abducidos anteriormente. Los alienígenas son curiosos por naturaleza. «¿Se encuentra usted bien?», preguntaba una voz femenina en perfecto castellano sin que yo apreciara ni un minúsculo movimiento de su boca. Comunicación telepática, concluí. Repitió la pregunta varias veces. En un ánimo de no ser grosero me decidí a establecer contacto. «¿Qué queréis de mí?», repetí varias veces. No emitió respuesta alguna a mi pregunta. Minutos después de abandonar la clínica, con la conmoción por lo sucedido aún no disuelta, recibí una llamada telefónica. La misma voz edulcorada del alienígena me solicitaba por favor el número de mi tarjeta VISA. «¡Tan mundanos estos alienígenas!», pensé mientras hurgaba con la punta de la lengua en mi nuevo cráter.